Ser cubano es
estar solo
Orlando Luis
Pardo Lazo
Parece
mala poesía. De hecho, lo es: pésima poesía. Pero la verdad es así, no sirve ni
para armar un versito que valga la pena. Pero es la verdad. Ser cubano es estar
solo. Con el tiempo y un toque de totalitarismo de alma, la cubanía se nos ha
ido convirtiendo en un estado insaciable de soledad.
No
estoy deprimido ni mucho menos. Es sólo que tengo un ataquito de lucidez. Tampoco
estoy ciego, y sé muy bien que nada en la vida es tan descarnadamente radical.
Pero
el tiempo pasa y los ghettos cubanos se nos desgastan. Nos vamos balcanizando,
atomizando, desintegrando. Nos buscamos muchos menos los unos a los otros. Diríase
que casi ya no nos necesitamos. Cada cubano tiene que resolver lo suyo, así en
la Isla como en el Exilio. Incluso así en la Isla y en el Exilio a la misma vez.
Y ni siquiera exiliarnos es un consuelo que nos devuelva la alegría perdida en
Cuba. Y ni siquiera regresar sería un regreso a ninguna parte.
Nuestro
hogar es ahora la historia. Un recuerdo que las décadas van desdibujando. Y, en
el mejor de los casos, una memoria de esa esperanza que ya sabemos que nunca volveremos
a vivir. La esterilidad nos fecundó en cuerpo y cadáver.
Pero
al menos podemos darnos cuenta de lo que nos pasa. Y no engañarnos ni dejarnos
engañar nunca más. De manera que por fin podamos habitar entonces, en tanto extraños
entre extranjeros, en una especie de soledad sabia, ecuánime, de paz póstuma existencial.
Ya
casi me callo. Gracias por escucharme. No compartas con los tuyos este mensaje.
No pases la voz entre los que perdimos la voz, la vocación y hasta voluntad. Es
hora de no seguir juntando palabras que igual no tienen pegamento para
reconocerse entre sí. Hasta el lenguaje se nos vació. Nos lo vaciaron y viciaron.
Nos lo dejamos vaciar y viciar. Recuperar otra lengua cubana que venga limpia
de violencias fascistoides será una tarea para la próxima o acaso para la
próxima tras la próxima generación.
Porque
nosotros, todavía tan jóvenes, estamos ahora demasiado agotados para recuperar
nada. Lo nuestro es apenas inercia. Y contar nuestros días ajenos hasta ver si
por casualidad nos alcanza la cuerda para la ver esta película sin patria hasta
su final.
Y
es que el castrismo cansa, mi cielo, aunque tú nunca pronunciarás esa palabra: castrismo.
Por eso mismo es que nos cansa tanto: porque, mi cielo, el silencio de toda una
vida es agotador. Un agobio, una agonía. Un “ser cubanos” que no es tan sólo un “estar
solos”, sino seguir en silencio: silenciados.