Cachita del
corazón con que vivo
Orlando Luis
Pardo Lazo
Últimas
fotos de la Virgen de la Caridad cubana con Fidel Castro vivo: tal vez las tomé
yo, en La Habana. Poco antes de irme, minutos antes de no regresar. Porque yo
en Cuba era eso: un testigo de la tragedia, un espía para nuestros arqueólogos
de un futuro en libertad, un cronista en imágenes de la fase terminal de una Revolución
interminable.
Fue
un 8 de Septiembre, como hoy. En el cumpleaños sagrado de nuestra Cachita
cubana del corazón que nunca se cansa, que nunca claudica, que nunca nos deja
completamente desconsolados.
Yo
hacía clic con mi cámara Canon como un demente. Captaba para la historia a las
multitudes coaguladas alrededor del Cuchillo de Zanja, en el Barrio de Chino de
Centro Habana. Y luego la acompañé, como miles y miles de desamparados, a nuestra
Virgencita de la Caridad en su pobre procesión anual permitida. Un viaje vigilado
alrededor de unas pocas cuadras, por Galiano y por Reina, antes de regresarla
de nuevo a la prisión política de su altar.
Incluso
para mí, forzado a sobrevivir sin fe por décadas de educación comunista, los 8
de Septiembre la Virgen mambisa cubana siempre se me hace un ser entrañable. Mi
madre, nuestra madre. Cuando menos, la magnificencia maravillosa de una maestra
o una madrastra. La única que nos conoce en secreto desde que éramos niños buenos
y verdaderos. La única que reconoce en silencio que todavía no hemos dejado de
serlo: niños buenos y verdaderos dentro de un aula, dentro de una jaula.
Caridad
del Cobre: siempre noble y siempre nueva, siempre amable y siempre amor. Una
mujer cubana con la capacidad intacta de perdonarnos. Perdónanos, Cachita
querida. Perdónalos, por favor, porque los cubanos saben muy bien lo que hacen.
Lo que hemos hecho en contra de nuestros hermanos y hermanas.
Tanto
en Santiago de Cuba como en Miami, la virgencita de nuestras vidas nos ha visto
morir en masa lejos de la patria. Porque vivir en cubano implica contar con una
biografía apátrida, sea en la Isla de los secuestrados o en el exilio de los
sentenciados. Y porque la muerte, además, es la peor manera de alejarnos.
Viernes.
8. Septiembre. 2017. Todavía quedamos algunos millones de cubanas y cubanos con
esperanza. Todavía confiamos a medias en un futuro acaso sin mucha fe, pero por
fin ya sin ningún Fidel. Un Fidel que nunca más volverá y que no tuvo ni la
decencia de despedirse (o tal vez murió tardíamente arrepintiéndose en un
ataque de pánico).
Este
fin de semana se acerca un huracán demoledor: la ira de Irma. Nuestra historia
nacional reciente también lo ha sido: un huracán de horror. Recemos, pues, cada
cual como mejor podamos, a nuestra virgencita magnánima y para algunos
imaginaria. Pidamos ser cada cual lo que cada cual es. Pidamos el fin de la era
de las máscaras (y de las masacres). Porque, mientras uno solo de los cubanos esté
aún excluido de nuestra compasión, nunca seremos compatriotas ni mucho menos ciudadanos,
sino soldados del odio opuestos en trincheras totalitarias, sea en una
República democrática o en una Revolución dictatorial.
Recemos
por los cubanos que vendrán. Por los que nunca conocerán en vivo el significado
ni el sonido de las palabras fidel y castro. Pidamos por los que no llegaron
hasta aquí, por aquellos a quienes se los tragó el olvido pensando que todo
estaba perdido a perpetuidad.
Es
Viernes. Es 8. Es Septiembre. Es 2017. Apretemos entre todos los cubanos buenos
y verdaderos ese hilito frágil de la esperanza, esa hebra que emana del vientre
de una hembra que fue la madre virgen del niño Dios. Por ese cordón cordial
podemos hallar la salida del laberinto: así sea una salida imaginaria, pero que
sea siempre magnánima (un vocablo que acaso tenga la misma raíz que esa otra palabra
del alma: madre).
Los
días de una cobardía cruel llamada castrismo ya están acabados. Que comiencen
por fin, Cachita querida del corazón, los días cubanos de la compasión: ese tiempo
sin trampas que ha de ser el que requiera de verdad de todo nuestro coraje. No
tengamos miedo de la libertad. Sólo en libertad nos es posible resucitar.
Amén,
Cuba.
Ámense, cubanos.